viernes, 17 de abril de 2020

7-A (crónica del día que salí a hacer la compra en pleno confinamiento por el COVID19) Una aventura en cinco episodios.

Episodio 1 - EN CASA
Hoy al mediodía, después de hacer mi clase de yoga, de bailar media hora, de colorear un poco un mandala y hablar por teléfono fijo (dejo foto por si alguien no sabe que es eso de lo que estoy hablando), me dispuse a preparar la comida.
Abrí la nevera, el congelador, la alacena y para mi sorpresa vi que había bien poco. Yo soy bastante cocinitas y me suelo apañar con lo poco que haya por la casa. Pero había realmente poco. Me dí cuenta que llevaba más de doce días sin salir, sin hacer compra y comiendo todos los días (costumbre que adquirí de pequeño y que aún conservo).
Viendo que tendría que salir de casa para hacer una compra y de paso ir a la farmacia por mis medicamentos, dedicí darme una ducha (actividad que en otros tiempos solía ser diaria).
Entré al baño, cerré la puerta, abrí el grifo de la ducha, me quité el pijama, la camiseta, el bóxer y los calcetines y me metí en la bañera. Al poco de estar bajo el agua sentí que la puerta del baño se abría. Me sorprendió (es algo que no suele suceder cuando vives solo y no eres tu quien lo hace). Me asomé para ver que estaba pasando y ahí vi a mi pijama de pie saliendo del baño sigilosamente, con algo en las manos (bueno, en realidad más que en las manos, en los puños de las mangas)
Cuando terminé de ducharme cogí la toalla. No era la que tenía en el baño, era una con olor a limpia. Me sequé y fui a la habitación. Antes de entrar vi que estaba la cama hecha.  Me acerqué a la cama, levanté un poco el edredón y comprobé que las sábanas estaban limpias. 
Me vestí, fui a la cocina, abrí la puerta que da al pequeño lavadero. Vi como salía una manga de mi pijama por la puerta de la lavadora e intentaba  apretar el botón para ponerla en marcha. 
Cariñosamente metí la manga dentro del tambor, cerré la puerta y apreté el botón.
Me quedé mirando como mi pijama, mis calcetines, mi bóxer y mi camiseta jugaban a las escondidas entre las sábanas y las toallas. Felices, muy felices.
(continuará o no) 
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Episodio 2 – SALIENDO DE CASA
Así acabó el episodio anterior de la crónica del día 7 de abril de 2020.
“Cariñosamente metí la manga dentro del tambor, cerré la puerta y apreté el botón.
Me quedé mirando como mi pijama, mis calcetines, mi bóxer y mi camiseta jugaban a las escondidas entre las sábanas y las toallas. Felices, muy felices.”

Continúa.
Volví a la cocina para preparar algo de comer. Hice una especie de revuelto o frittata o tortilla desestructurada con los restos que tenía en la nevera. Les dejaría la receta, pero sería mucha casualidad que justo les queden los mismos ingredientes en vuestras neveras.
Comí el manjar elaborado para la ocasión con cucharada y media arroz, un cuarto de cebolla, guisantes (creo que unos diez o quince como mucho), medio tomate, un poquito de espinaca (realmente un poquito de esos que te preguntas ¿lo guardo o lo tiro?), una loncha de quedo (bajo en sal y bajo en grasas, que no podríamos definir como sabroso pero que se derrite y da buen aspecto), condimentado con un poco de orégano y ajo molido. Rematé la comida con un yogur natural desnatado a punto de caducar.
Luego me senté en el sofá a ver un poco la tele mientras hacía la digestión de tan opulenta comida. Vi las calles de distintas ciudades invadidas por jabalíes, ciervos, conejos, monos, iguanas, etc.
Luego salí al lavadero para tender la ropa. Cogí el carro de la compra y ahí quedaron las sábanas, las tollas, el pijama, el bóxer, la camiseta y los calcetines mirando por la ventana y jugando al veo veo.
Pensé en hacer una lista de la compra, pero pronto me di cuenta que era inútil dado que la nevera y la alacena estaban desérticas.
Me preparé para salir a la calle. Me puse las zapatillas, un pañuelo a modo de mascarilla, unos guantes descartables (porque no sé donde lavarme las manos estando fuera de casa y todos los bares cerrados), una chaqueta para el frío y una gorra (esta por pura coquetería).
Salí de casa y bajé por las escaleras, como recomienda el cartel que pusieron en el ascensor. Mientras bajaba recordé que hacía unos cuantos días, limpiando las ventanas, se me había caído una esponja de esas amarillas con una capa verde en uno de sus lados. En su momento no bajé a por ella, por miedo a que me encontrara con la policía y, recuperar una esponja, no fuera una causa que justificara el abandono de mi domicilio.
Al salir del edificio me dirigí hacia donde había caído la esponja y para mi sorpresa en el lugar donde debería estar había un pequeña planta de hojas verdes y flores amarillas muy esponjosas. 
Metí al mano en el bolsillo para coger el móvil y hacer una foto, pero había dejado el móvil en mi casa y no me pareció razonable subir a buscarlo porque eso implicaría salir dos veces de mi casa en el mismo día.
Ilusionado y pensando en lo bien que está la naturaleza desde que estamos todos en casa emprendí mi camino, a la farmacia y el supermercado, con la esperanza de cruzarme con jabalíes, nutrias, iguanas, jirafas, monos o algún que otro animal que no fueran perros o seres humanos. Reconozco que no soy un buen conocedor de la fauna lucense. 
Continuará… (o no)
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 Episodio 3 – DE CASA A LA FARMACIA
Así acabó el segundo episodio de la crónica del día 7 de abril de 2020.
“Ilusionado y pensando en lo bien que está la naturaleza desde que estamos todos en casa emprendí mi camino, a la farmacia y el supermercado, con la esperanza de cruzarme con jabalíes, nutrias, iguanas, jirafas, monos o algún que otro animal que no fueran perros o seres humanos. Reconozco que no soy un buen conocedor de la fauna lucense.”

Continúa
Caminé por el paseo cardiosaludable que bordea el río Rato. Camino que en tiempos no muy lejanos hacía para ir a la piscina y como parte de mi caminata diaria.
Entre los castaños, los almendros, los cerezos, los sauces llorones, las encinas, los olmos, los fresnos y/o los tilos (reconozco que tampoco soy un buen conocedor de la flora lucense) observé detenidamente el río, esperando encontrar cocodrilos, delfines, doradas, truchas, medusas, pero solo estaban las ranas de siempre, con su croar que se entremezcla con el canto de los pájaros (prefiero no dar nombres de los pájaros que habitan el entorno de mi casa porque tampoco  estoy muy puesto en ornitología).
Anduve unos diez minutos a paso tranquilo y disfrutando del paisaje (ya que era la primera vez en días que andaba por allí y no sabía cuando se podría repetir algo asi). No me crucé ni siquiera con alguna persona vecina acompañada de su animal doméstico ladrador. 
Llegué a la avenida Infanta Elena, que separa mi bucólico barrio de la ajetreada ciudad (bueno, ni tan bucólico mi barrio  ni tan ajetreada la ciudad).
Crucé la avenida casi sin mirar dada la ausencia de vehículos automotores y empecé a internarme en el barrio de La Milagrosa, conocido entre otras cosas por su población multicultural. 
Andando por esas calles vacías no sé si por la proximidad de la fecha, por el clima otoñal de primavera lucense, por el cielo nublado o por al ausencia de seres vivos a mi alrededor, recordé los viernes santos de mi infancia. Y ese recuerdo me llevó al barrio de Chacarita, a las películas Rey de reyes, Ben hur, Espartaco, a la música sacra que sonaba en la radio.
MI memoria gustativa me llevó a las empanadas de vigilia de masa de hojaldre rellenas de bacalao, espinaca, atún, choclo o berberechos que mi madre hacía para pasar el ayuno y la abstinencia de esos días (más la abstinencia que el ayuno, claro). También invadió mi memoria olfativa el olor a chocolate que impregnaba la casa durante esas fechas.
Mi madre era repostera y su trabajo era hacer tortas (entiéndase tartas por este lado del océano o pasteles en otros países) para cumpleaños, bodas, bautizos, comuniones y cualquier ocasión que mereciera una sabrosa torta con las formas y decoraciones de lo más variadas (en la foto se puede ver la torta que me hizo para uno de mis cumpleaños y otra hecha por encargo). Pero cuando se avecinaba la semana santa, ella hacía huevos de pascua artesanales que vendía a su fiel clientela y regalaba a familiares y amistades. Durante aproximadamente un mes antes de la semana santa y unos quince días posteriores a la misma mi casa olía a chocolate, cosa que fascinaba a la gente amiga de la familia que lo disfrutaba solo por un rato que pasaba por casa y se instalaba en mi epitelio olfativo y  del resto de habitantes de mi casa) y nos acompañaba las veinticuatro horas del día estuviéramos donde estuviéramos.
Envuelto en aquellos recuerdos de mi infancia llegué a la farmacia para recoger mis medicamentes. A esas alturas me di cuenta que no había visto ningún animal doméstico ni salvaje como mostraban las imágenes de otras ciudades emitidas por el telediario. Quizás por mi ausencia en el presenta y mi viaje por los recuerdos a la semana santa de mi infancia de la mano de mi madre por ese clima de semana santa  del barrio de Chacarita.
Continuará (o no)

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Episodio 4 (episodio doble) – DE LA FARMACIA AL SUPER y LA COMPRA
En episodios anteriores de la crónica del día 7 de abril de 2020. (siempre me gustó esa especia de collage desordenado que ponen al comienzo de los episodios en algunas series)
…Me asomé para ver que estaba pasando y ahí vi a mi pijama de pie saliendo del baño sigilosamente, con algo en las manos (bueno, en realidad más que en las manos, en los puños de las mangas)…
…Me quedé mirando como mi pijama, mis calcetines, mi bóxer y mi camiseta jugaban a las escondidas entre las sábanas y las toallas. Felices, muy felices.
…Al salir del edificio me dirigí hacia donde había caído la esponja y para mi sorpresa en el lugar donde debería estar había un pequeña planta de hojas verdes y flores amarillas muy esponjosas…
… emprendí mi camino, a la farmacia y el supermercado, con la esperanza de cruzarme con jabalíes, nutrias, iguanas, jirafas, monos o algún que otro animal que no fueran perros o seres humanos. Reconozco que no soy un buen conocedor de la fauna lucense. 
…Llegué a la avenida Infanta Elena, que separa mi bucólico barrio de la ajetreada ciudad (bueno, ni tan bucólico mi barrio  ni tan ajetreada la ciudad)…
…A esas alturas me di cuenta que no había visto ningún animal doméstico ni salvaje como mostraban las imágenes de otras ciudades emitidas por el telediario. Quizás por mi ausencia en el presenta y mi viaje por los recuerdos a la semana santa de mi infancia de la mano de mi madre por ese clima de semana santa  del barrio de Chacarita.

Continúa
Todo me trajo a Lugo, a abril del 2020, al covid 19.
En la puerta de la farmacia había una mujer con un folio plástico suspendido de una gorra con visera puesta hacia tras, al mejor estilo rapero urbano, un metro después un hombre con guantes goma azules, un coche parado en medio de la calle a la espera de vaya uno a saber que. Miré la imagen de la farmacia a la que hasta antes del confinamiento visitaba día por medio para controlarme la tensión (recomendación de la Regue la cardióloga que me hice la primer revisión después de salir del hospital a principio del 2016). Me entretuve viendo el mostrador improvisado en medio de la puerta corrediza abierta. Recordé el adorno de la puerta que ponen en navidades, una silueta de los tres Reyes Magos que se acerca al pesebre cada vez que se abre la puerta. Descubrí una especia de ventanita en un lateral de la puerta que llamó mi atención, pensé que la habían colocado en el tiempo de mi ausencia pero según me dijo Lilo (el farmacéutico) ya lleva años allí. Este tiempo sin tiempo que estamos viviendo me permite mirar las cosas con más detalle.
Retiré mi medicación y un bote de vaselina líquida (con esto de lavarme las manos con más frecuencia que de costumbres y mi extrema sensibilidad a los jabones tengo las manos escamadas como dos lagartijas a punto de mudar su piel).
Dejé atrás la farmacia y emprendí mi camino hacia el supermercado. Pasó un coche con dos policías que observaron discretamente mi carro de la compra, claro señal de que mi paseo era justificado o que por lo menos había pensado una clara estrategia para saltarme la restricción de salir de casa.
Durante el camino, para mi sorpresa, no me choqué con nadie. Todas las personas con que me crucé caminaban a un ritmo nada acelerado y observaban con detenimiento a las demás personas como para mantener la distancia adecuada para no contagiarse. Me crucé con miradas amables, desconfiadas, curiosas, amenazantes, en síntesis miradas de lo más variadas. Me alegré por todas esas miradas. Antes que todo esto sucediera venía observando el esfuerzo que hacía la gente por la calle para no cruzar la mirada con nadie y en ciertos lugares como por ejemplo la entrada a la piscina, para no tener que decir ni siquiera buenos días. También recordé la ultima vez que estando de pie frente a un escaparate, sentí el atropello de otro cuerpo humano que no conforme con llevarme por delante tuvo la delicadeza de insultarme y pedirme que mirara por donde caminaba.
Ninguna de las personas con las que me crucé iba mirando el móvil, ni dejaba que su perro (aquella que iba acompañada) se acercara a mi para olisquearme o simplemente restregarse contra mis piernas.
Pensando en que quizás cuando volvamos a poder salir a la calle libremente estaremos más atentos a lo que pasa a nuestro alrededor llegué  a la puerta de supermercado con una sonrisa de esperanza dibujada en mi rostro y reflejada en mis ojos. 
Dejé mi carro de la compra en la entrada, sin encadenar para evitar tocar demasiadas cosas de uso colectivo. Mientras me ponía los guantes descartables sobre mi guantes de goma (por amable indicación de la empleada del super) me pregunté que sería de la vida del hombre que con su cartel y su perro habita en la puerta del super mientras este está abierto, y del que nunca me había preguntado donde duerme. Pensé en la gente que suele dormir en los cajeros, en quienes pasan por las terrazas pidiendo un moneda. ¿Qué será de la gente sin casa en este tiempo de quedarse en casa? 
Reconozco que me sentí privilegiado y agradecí al universo que se comporte tan bien conmigo.

Cogí un carro pequeño (porque si cojo un carro de los grandes puede que haga una compra que luego no soy capaz de cargar hasta casa) y entre intentando mantener la distancia adecuada con cuanta persona estaba por allí.
Me acerqué a la zona de frutas y verduras, sentí una especie de calambrazo que recorrió mi espalda, una extraña electricidad en mi nuca, como si alguien me observara perforándome con su mirada. Me giré pero no había nadie mirándome. Entonces me di cuenta que sentía estar engañando a Gloria. Una amable mujer despacha en la tienda de frutas y verduras que compro habitualmente, con quien comento las esculturas vegetales que realiza sobre un estante a la izquierda de la puerta de entrada, que me recomiendo que lleve tal o cual fruta o verdura, con quien compartimos alguna que otra receta básica con los productos de temporada. Ella que se preocupa por mi salud, por mi economía, por mi persona, como lo hacían las gentes de las tiendas de mi barrio de Chacarita. Pero no son tiempos para andar por la calle más de lo necesario y decidí que era mejor hacer toda la compra en un solo lugar.
Después de proveerme de frutas y verduras fui a la zona de carnicería, charcutería y pescadería. Nos sonreímos a la distancia marcada por unas bandas amarillas y negras pegadas en el suelo. Mantuvimos una breve conversación con al pescadera, sobre sus horarios en el super y le agradecí especialmente su servicio, reconociendo que su exposición hace que yo pueda seguir alimentándome sin privaciones. A pesar de su mascarilla detecté una sonrisa de orgullo y satisfacción y tímidamente me dejó las bolsas con los pescados sobre el hielo y se retiró para que yo pudiera acercarme a cogerlas.
Lo demás fue andar entre las góndolas cogiendo las cosas de siempre. Bueno, debo reconocer que a pesar que llevo una dieta bastante estricta desde hace unos años, me acerque a un góndola de las que tengo prohibidas, pero después de aquellos recuerdos de mi infancia no pude evitar coger una tableta de chocolate negro sin azúcares añadidos para poder oler y saborear de a trocitos estos días de semana santa. Un permiso que me di en honor a Cristo que estaba por resucitar de un momento a otro (se que suena a excusa absurda, pero tengo que justificar de alguna manera esta pequeña salida de mi dieta sin grasas saturadas y sin sal)
Después de pasar por los lácteos me acerqué a la caja, fui poniendo mis cosas sobre la cinta mientras miraba a la cajera a través del cristal. Me atendió con al amabilidad habitual y nos sonreímos, mientras la siguiente clienta esperaba pacientemente a metro y medio de distancia (cosa impensable en otro momento en el que estaría echando humo por las orejas y carraspeando para que me diera prisa).
En todas estas miradas y sonrisas compartidas durante mi visita el super agradecí a mi padre y a mi madre que me enseñaran a sonreir con la boca y con los ojos. Porque si solo supiera sonreir con al boca, nadie hubiera notado mi sonrisa de agradecimiento.
Puse mis cosas en mi carrito de la compra, o changuito como decimos por Argentina.
Al salir del super me encontré con una cola, de unos diez metros (calculo esa dimensión porque eran unas diez personas a un metro de distancia las unas de las otras). Gente que en otros tiempos estarían dentro del super, comentando amablemente la calidad de unos productos y otros, cargando sus carros o chocándose las unas y las otras, echándose una mirada de perdone o incluso sin pedirse disculpas.
Mientras caminaba hacia mi casa (arrastrando mi compra para los quince días venideros) pensé un momento en la cola del super, en el covid 19, en el riesgo de la aventura de salir de casa para algo tan cotidiano como hacer la compra y en la frase que diría mi padre en los tiempos que corren “todos estamos en la cola, pero no empujen”
Continuará (o no)
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Episodio 5 - REGRESO Y DESENLACE 
En los cuatro episodios anteriores de la crónica del día 7 de abril de 2020 sucedieron muchas cosas
Mi pijama realizó tareas en mi hogar.
Encontré un esponjosa planta bajo la ventana de mi casa.
Estuve atento durante el camino por si me cruzaba con animales salvajes.
Recordé los viernes santos de mi infancia en mi casa de Chacarita.
Re-descubrí la fachada de la farmacia a la que voy habitualmente.
Me crucé con gente por la calle sin prisas y sin chocarnos.
Reconocí las ventajas de saber sonreir con la boca y con los ojos.
Hice una buena compra en el supermercado, incluso un poco de chocolate.
Mientras caminaba hacia mi casa (arrastrando mi compra para los quince días venideros) pensé un momento en la cola del super, en el covid 19, en el riesgo de la aventura de salir de casa para algo tan cotidiano como hacer la compra y en la frase que diría mi padre en los tiempos que corren “todos estamos en la cola, pero no empujen”

Continúa (quinto y último episodio)
Volví a casa  por el camino más corto. A pesar que se estaba a gusto caminando por la ciudad deshabitada. El peso de la compra era bastante y tampoco quería abusar del privilegio que me otorgaba tener que salir a hacer la compra.
Miré atentamente hacia arriba esperando encontrarme en las ventanas mensajes de aliento, coloridos dibujos infantiles, gente asomada tocando instrumentos (cada uno desde su casa) uniéndose en melodías dignas de la filarmónica, personas recitando poemas de viva voz, voces entrecruzadas compartiendo recetas, coros espontáneos cantando los temas del momento como por ejemplo resistiré. Pero nada de eso sucedió. En parte me entristeció que no fuera el momento más explosivo del día, en parte me alegró percibir las casas habitadas por quienes se quedan dentro, no solo porque lo diga el gobierno, sino por convicción de estar haciendo lo mejor para el bien común. De pronto una voz rompió aquel apacible silencio de calles vacías.
¡Abuelo! ¡Quédate en casa que te puedes poner malito! – dijo un niño asomado a una ventana.
Levante la mirada y le saludé. Mientras escuchaba la voz de su madre regañándole o felicitándole por meterse conmigo (no pude escuchar lo que decía pero espero que fuera lo segundo)
Llegué a la avenida Infanta Elena sin haber encontrado animales caminado por la ciudad, ni gente asomada a la ventana compartiendo su arte y ya poco quedaba de mi paseo por la parte ajetreada de la ciudad.
Crucé la avenida, en esta ocasión paso un coche con un conductor con mascarilla.
Bajé la cuesta hasta llegar a los alrededores inmediatos de el edificio donde se encuentra mi casa, acompañado por los ladridos de un perro que compartía un momento de aire libre junto a su dueña, quien al ver mi aparición emprendió la retirada porque su cigarrillo se había consumido del todo o por miedo a cruzarse conmigo. 
Pasó un coche con dos policías que me observaron sin prestarme mayor importancia. Estaba claro que volvía de hacer la compra.
Recordé otros tiempos de mi juventud donde era peligroso andar por la calle a ciertas horas perteneciendo a un colectivo considerado de riesgo. Yo por una cosa u otra siempre termino perteneciendo a esos grupos, en la actualidad por una insuficiencia cardíaca, en aquel momento por otros motivos que no vienen a cuento.
Recordé que en más de una ocasión al ver pasar un coche falcon verde más de tres veces observándome, mientras esperaba un colectivo (autobús urbano por estas tierras), hacía lo que entre algunos amigos llamábamos un “taxi París” evocando una escena de una película de Isabel Sarli, en la que el personaje que ella interpretaba salía de una casa de un pueblo perdido y en medio de la carretera desierta paraba un taxi y al subirse, decía “taxi, Paris” o por lo menos esa es la imagen que mantengo en mi memoria.

Si quieres tener información sobre esta actriz 

Llegué al portal, abrí puerta, entré y subí en el ascensor porque era inevitable. Marqué el piso apretando el botón con un pañuelo descartable que tiraría al llegar a mi casa, , siguiendo las instrucciones del cartel pegado en el espejo.
Entré en mi casa y fui al lavadero donde tengo el cubo para la basura. Abrí la puerta, se respiraba el clima de esas siestas de tarde de verano en la casa de pueblo donde viven la gente mayor de la familia. Yo me sentí el nieto inquieto que no quiere dormir la siesta y espera que pasen las dos horas después de comer para poder meterse en el río a disfrutar la frescura del agua. Con mucho cuidado de no despertar al pijama, el bóxer, la camiseta, los calcetines, las sábanas y las toallas, tiré el pañuelo descartable.
Volví a la cocina, saqué todo del carro de la compra y de la bolsa, fui guardando primero lo de la nevera y el congelador, luego lo de las alacenas y abrí el chocolate para saborear un trocito como cuando entraba en mi casa en tiempo de fabricación de huevos de pascua y estaba sobre el mesa el chocolate recién cortado esperando ser derretido.
Con el sabor de chocolate en la boca me asomé a la ventana y miré las vías del tren. Pensé que curiosamente las vías de tren me acompañan desde los primeros días de mi vida. En Chacarita vivía a doscientos metros de las vías del tren que me separaban del paredón del cementerio. El primer piso que alquilé en Santiago de Compostela (que no el primero en que viví) estaba sobre la estación de trenes y la ventana de mi dormitorio daba a las vías. Podía escuchar perfectamente la voz de los anuncio de llegadas y partidas de los trenes, cosa que aprovechaba muy bien una amiga con quien compartía piso, quien salía corriendo de casa cuando escuchaba la llegada del tren que tenía que tomar para ir a su ciudad natal. 
Ahora al asomarme a la ventana veo también las vías del tren, y a pesar que esta estación no tiene un gran movimiento de trenes, según como vaya el viento escucho algunas veces el arrullo del último tren del día que me invita a retirarme a mis aposentos.
Faltaban pocos minutos para las veinte horas, aproveché ese tiempo para cortar unas bayetas de colores y lanzar los pedacitos al aire con la esperanza que en mi siguiente salida hayan brotado como la esponja y hayan crecido plantas con flores de nuevos colores.
En cuanto dieron las veinte empecé  aplaudir. Pero esta vez no aplaudí solamente por el personal sanitario. Aplaudí por todas las personas que siguen trabajando, que se siguen exponiendo día a día, para que yo pueda hacer una buena compra, mantenerla gracias a la energía eléctrica, cocinarla gracias a las otras energías y tener la suerte de poder decir “YO ME QUEDO EN CASA”

Aquí acaba la crónica, contada en cinco episodios, del día 7 de abril del 2020.
Ese día que, en medio del confinamiento por el COVID-19, salí de casa para hacer la compra. Cosa que en los tiempos que corren y después de estar doce o trece días sin salir, es toda una aventura.


sábado, 18 de julio de 2015

EL USO DE OBJETOS A LA HORA DE CONTAR

Hace muchos años estaba sumergido en el mundo de las técnicas corporales, entiéndase danza, expresión corporal, movimiento para actores, yoga y otra serie de disciplinas artísticas, o no, en las que el cuerpo tiene particular protagonismo.
Recuerdo que en una clase, mientras transitaba el primer año de teatro-danza, en el estudio de Ana Itelman, después de bailar una coreografía creada por el grupo en el que estaba, bajo la consigna de usar ciertos objetos, la profesora nos dijo -"ahora dejan los objetos y la bailan sin usarlos". Luego de acabar esta segunda versión de la coreografía y ver que, a pesar de no utilizar esos objetos, no cambiaba en lo más mínimo los movimientos nos miró, miró los objetos y nos dijo - "No eran necesario ¿verdad?"
Por supuesto que tratamos de argumentar que aunque no variaran los movimientos, la narración que se componía quien viera la coreografía no era la misma. A lo que ella concluyó con un "se trata de bailar y si se usan objetos, estos también deben formar parte del movimiento"
Tiempo después, por razones de peso (esto en sentido metafórico y literal) me fui alejando de la danza y entrando en la narración oral o el arte de contar historias de viva voz.
Cada tanto me asalta una inquietud ¿por qué utilizar objetos para contar historias de viva voz?
Por un lado no lo creo necesario en absoluto, digamos que ya tenemos bastantes herramientas naturales en nosotros mismos como para necesitar ese apoyo externo.
Por otro lado, veo algunas personas integrando los objetos tan maravillosamente que no me los imagino contando si ellos.
También he  oído que en algunas corrientes o culturas el uso de objetos o láminas forma parte fundamental de la manera de contar. Por ejemplo, la técnica del kamishibai es la que me viene a la cabeza sin lugar a duda, pero hay otras.
En Colombia vi contar a Juanita rodeada de unos muchachos corpulentos y guapísimos tocando los tambores y, a pesar que parecía que harían desaparecer a aquella mujer mayor y pequeña, a los pocos segundos todo se integraba de tal manera que solo veías a Juanita y sus historias.
Pues no sé: algunas veces me llaman ortodoxo cuando defiendo el arte de contar historias lo más limpio posible y yo prefiero que se me llame purista, pues en eso sí que me reconozco.
Me gusta la narración oral lo más pura posible, disfrutar de ese encuentro entre la persona que cuenta y las que escuchan sin abalorio ni intermediarios. 
No voy a negar que muchas veces, al escuchar algunas personas que cuentan con objetos siento que si los quitaran sería imposible poder contar de esa manera.
Pero muchas otras no hago más que esperar que dejen esos objetos que entorpecen el fluir de la historia o que llaman tanto la atención que parece más un poema objeto en movimiento torpe que una historias contada en viva voz.
En muchos casos al preguntar ¿por qué usas objetos para contar? la respuesta que recibo es "a los niños les gustan los colores y necesitan del movimiento de los objetos para centrar mejor la atención". Entonces pienso "a los niños les gustan los columpios, los helados, las bicicletas, los trenes, las patatas fritas, los aviones y muchas otras cosas... ¿Por qué no usamos todo lo que a ellos les gusta? ¿Por qué no confiamos en que a los niños pueden gustarle las historias contadas de viva voz? ¿Por qué no confiar en nuestro oficio lo más puro posible?"
Entiendo el arte de contar historias de viva voz como una disciplina artística, entonces estamos hablando de una propuesta estética basada en las habilidades del artista en cuestión.  A nadie se le ocurre tocar el piano si no es pianista o estudiante de piano y mucho menos construirlo a no ser que sea luthier. El hablar de objetos nos plantea una propuesta plástica para su elaboración y una técnica adecuada para su manipulación o animación.
¿Qué tiene el piano que no tengan los objetos?  ¿Por qué ciertas técnicas puedes saltarse el entrenamiento y otras no?
¿Objetos si? ¿Objetos no?  Esa no es exactamente la cuestión.

Sólo recuerdo la frase de Ana Itelman diciendo "ahora dejan los objetos y la bailan sin usarlos" y si descubrimos que no hacen falta, que no forman parte de ese juego compartido, quizás sería mejor pensar qué hacemos... si los quitamos o entrenamos jugando con ellos y las historias hasta que no sea lo mismo contarla sin ellos.

lunes, 12 de noviembre de 2012

MALETA PERDIDA... AIRES NUEVOS


Hace un par de semanas al volver de contar por Extremadura, me bajé del autobús y para mi sorpresa mi maleta no ya estaba.
Pasado el primer momento de incertidumbre, de desconcierto y de tratar de entender la situación, fui a la ventanilla de la compañía de transportes para ver cuáles eran los pasos a seguir por si, habiendo una confusión de algún pasajero,  la maleta hacía una satisfactoria reaparición en mi vida.

Cuando pasados unos cuantos días la maleta se declara claramente desaparecida, empiezo a recordar que cosas había en ella que hubiera que sustituir prioritariamente. Allí estaba la ropa de la vida entremezclada con la ropa de contar y con el kit de contar, que por primera vez viajaba en la maleta y no en mi bolso de mano. En estas estaba cuando recibo un mail de una bibliotecaria diciéndome que me había dejado mi pañuelo de contar en la biblioteca. Cosas del destino, claramente la pérdida había empezado con un olvido en una estantería de la biblioteca, para continuar con la desaparición de la maleta.
Mirando un poco hacia atrás hace un tiempo que mi reloj de bolsillo comprado en el pueblo de mi abuelo Giuseppe, que usaba para contar, había dejado de funcionar. Ahora veo esto como un primer anuncio de “algo hay que revisar”, además de ver si algún relojero me lo limpia para que vuelva a funcionar ya sea para medir el tiempo de las sesiones o para acompañarme en las horas de mi vida.

Este fin de semana, viendo que no hay necesidad de una sustitución inmediata, porque no hay sesiones en los próximos meses, me doy cuenta que ya era hora de revisar un poco esas cosas que se perdieron con la maleta.
Paralelamente a esto me puse a ver algunos videos de sesiones que tenía grabadas para medir tres cuentos de 15 minutos que presentaré en una sala de micro -teatro en Santiago de Compostela  algunos días de este mes de noviembre.
Mirando videos del último año, revisando mentalmente el material perdido y encontrándome con viejos videos de cuando aún era un joven contador de historias, empecé a pensar en varias cosas.

Por un lado que renovarse es vivir y que puede que estuviera demasiado perdido más que encontrado en un laberinto que yo mismo había construido.
Entonces lo primero fue pensar si el naranja de mis camisas para contar sigue siendo el color adecuado o ya es hora de ir buscando otro.

Por otro lado aparecieron unos pequeños tapices de mola (una técnica que según parece es colombiana) que me hicieron sacar el costurero y ponerme a coser para fabricar mi nueva bolsita de los objetos de contar, que ya veremos cuáles son en esta nueva etapa.

Una renovación completa en medio de mi nueva búsqueda de la performance de evocación oral, de la cual se perdieron solo los zapatos que eran de algún modo el punto de encuentro entre mi nueva búsqueda y el transito anterior. Evidentemente los zapatos de ambas cosas no pueden ser los mismos,  está claro y habrá que ponerse a buscar dos pares, uno para cada camino ya que son terrenos diferentes.

Mirando las variadas listas de historias para contar, guardadas en libretas y en el ordenador, confirmo que en cada época las historias ocupan un lugar distinto en las listas. Algunas veces son la estrella de la lista, otras son historias a revisar, otras a desechar (aunque luego vuelvan a tener un lugar de privilegio) y algunas ya no sé ni de que iban y fueron muriendo solas. Seguramente contaban algo en su momento que ya no está dentro de mi discurso interno a compartir.
Al ver viejos videos vi las primeras versiones de algunas historias que aún conservo en el repertorio y que forman parte de las primeras de la lista actual. En esas primeras veces se ve el desparpajo de lo nuevo, de lo improvisado, esa sensación de que es la historia quien domina al narrador y no el narrador a la historia. Esto me lleva a pensar que no es bueno ni  tanto ni tan poco. Que en esas versiones las historias están claramente inacabadas, pero que cuando están demasiado acabadas deben reposar un poco para no perder cierto grado de frescura y de sorpresa.  De algún modo también veo que esta extraña realidad de ir achicando el repertorio con el paso del tiempo no es casualidad, que las historias que perduran crecen, cobran otro sentido, tienen su gracia en los matices y que da gusto contarlas porque con el tiempo se han completado y a pesar de estar supuestamente acabadas están siempre dispuestas a hacer un giro inesperado y cambiar el sentido sin perder la esencia.

Salir a mirar escaparates y mirar las viejas listas me hace revisar un oficio que llevo desarrollando hace unos veintidós años y que me pide que lo mire desde un nuevo punto de vista, ahora que ya me voy haciendo mayor, que ya tengo siete sobrinos nietos, que solo quedan un par de personas de la generación de mis padres en la familia y que busco nuevas propuestas para entablar una nueva manera de comunicarme con el público.

Mientras veo que hago con mi último trabajo “MALETA CUATRO ESTACIONES – performance de evocación oral” e investigo el camino de la performance oral. Mientras sigo buscando en mi interior historias que puedan pasar al papel para convertirse en libros. Las cosas que de pronto desaparecen de mi vida en lo tangible me llevan a revisar mi relación con el arte de contar historias de viva voz, un arte intangible que me ha dado grandes satisfacciones y que seguramente tendré que renovar para que me las siga dando.

Estoy seguro que cada cosa sucederá cuando tenga que suceder mientras vuelvo por segunda vez en este año a mi trabajo de actor, antes con la compañía La Carátula y ahora con la compañía Berrobamban, que me acogió como director en mi llegada a Galicia y que hoy me devuelve los nervios de volver a subirme al escenario para volver a mi orígenes teatrales de actor de teatro para público infantil.

La vida da muchas vueltas hay que tener las manos firmes dispuestas a mover el volante y bien puesto el cinturón de seguridad, por si las moscas.

 

 

sábado, 4 de febrero de 2012

Nuevas respuestas obtenidas antes y después de la sesión

El viernes 20 de enero presenté la sesión "CONTAR POR CONTAR" en la sala ALMAZEN de Barcelona. Allí utilicé las respuestas a las cuatro preguntas que puse en facebook durante los cuatro días anteriores.
EL mismo día antes y después de la sesión las personas asistentes tuvieron la posibilidad de contestar a las cuatro preguntas.
Aqui van esas nuevas respuestas.
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
Respirar para estornudar, suspirar, susurrar, alentar, roncar, sonar, inspirar.
¿Por qué contar en los tiempos que corren?
Por si acaso… ¡y mucho!
(Patricia McGill)

¿Por qué contar en los tiempos que corren?
¿Para vivir?
¿Por qué amasar en los tiempos que corren?
¿Para vivir?
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
¿Para vivir?
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
¿Para vivir?
(Anónimo)

¿Por qué contar en los tiempos que corren?
Porque un cuento te alegra el alma y necesitamos alegría!
¿Por qué amasar en los tiempos que corren?
Para sentir la masa entre los dedos y saber que estamos construyendo algo.
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
Para liberar el cuerpo y la mente de las decepciones.
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
Porque tenemos que seguir viviendo, aunque solo sea por curiosidad.
(Anónimo)

¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
Porque el baile nos conecta con los ángeles, nos une con las nubes y hace que el tiempo tienes el ritmo justamente adecuado a los que necesitamos. Nos permite comunicar todos los sentimientos que no tienen palabras… y no importa el idioma que hablas… así nos entendemos, una cosa muy importante para los tiempos que corren.
(Anónimo)

¿Por qué contar en los tiempos que corren?
Porque ya nos cuentan muchos cuentos los que mandan. Es preferible que los contemos nosotros, seguro que iremos mejor.
¿Por qué amasar en los tiempos que corren?
Para comer algo sano? Para que nos pillen con las manos en la masa.
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
Lo de bailar no, que los arrítmicos lo tenemos prohibido.
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
Para que no ser solo aire.
(Anónimo)

¿Por qué contar en los tiempos que corren?
Para descomprimir el ambiente de otros cuentos terroríficos de los que nos hacen “actores-víctimas”.
¿Por qué amasar en los tiempos que corren?
Porque lo menos que podemos hacer es alimentarnos y alimentar con amor y esmero.
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
Para aligerarnos el alma.
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
Porque es imprescindible para seguir viviendo y no dimitir de todo lo fantástico que nos espera cada día (sorpresa!!!)
(Anónimo)

¿Por qué contar en los tiempos que corren?
Contar y descontar. Por huir de los números.
Descuento…
Por amor a las palabras.
Cuento…
(Anónimo)

¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
Bailar en los tiempos que corren…
Dejar que la luz marque el ritmo y que los latidos muevan los pies…
Es necesario bailar en los tiempos que corren para sentir que aun hay una música en el corazón!!!
(Anónimo)

¿Por qué contar en los tiempos que corren?
Los tiempos corren, galopan. Los cuentos nos hacen mantener el equilibro sobre la montura!!!
(Mac Novara)

¿Por qué contar en los tiempos que corren?
Porque no hay que perder el arte de viajar con las palabras.
¿Por qué amasar en los tiempos que corren?
Porque amasando colocas en el pan lo que más te gusta.
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
Porque bailando nos liberamos. El cuerpo expresa por sí solo. Es fantástico!!!
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
Porque es imprescindible para seguir viviendo.
(Anónimo)
Si alguien encuentra aqui sus respuestas y prefiere que aparezca su nombre no tiene más que decírmelo.
Muchas gracias por las respuestas.

jueves, 19 de enero de 2012

RESPUESTAS A MIS PREGUNTAS EN FACEBOOK

Hola.
Durante unos días tuve estas preguntas colgadas en facebook, con el fin de utilizar las respuestas en el comienzo de la sesión "CONTAR POR CONTAR" que se realizará en la sala ALMAZEN en Barcelona, el día 20 de enero de 2012 a las 21 hs.
El motivo de estas preguntas fue el siguiente. Le puse "CONTAR POR CONTAR" como título a la sesión, pero luego me dí cuenta que el primer contar se entiende perfectamente como acción de contar en si misma, pero que el segundo contar no queda tan claro porque encierra los misterios de la acción, de alguna manera el por qué de esta acción.
Asi que para que se entienda esto de "CONTAR POR CONTAR" intenté recopilar respuestas con la pregunta ¿Por qué contar en los tiempos que corren?
Dadas las respuestas obtenidas vinieron a mi cabeza otras dos preguntas:
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
Dentro de las respuestas a estas preguntas apareció otra
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
Lanzadas estas cuatro preguntas en facebook, obtuve las respuestas que se pueden leer a continuación o en la sala AlMAZEN, en Barcelona, mañana 20 de enero a las 21hs.

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque la realidad es increíble e insoportable:)” (José Luis Cano Palomino)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Para que todos podamos seguir viviendo. Con un cuento, casi seguro que no le cambiaremos la vida a nadie. Como, tampoco cambiaremos mucho la nuestra. Pero, al menos, abriremos las puertas y ventanas de nuestros sentidos y nuestros sentimientos para percibir que hay una vida diferente. Ni más, ni menos: Creando y recreando siempre, nunca repitiendo. Así me lo contaron y, así, se los cuento” (Armando Quintero Laplume)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Los cuentos son caricias que de la vida y las caricias son siempre necesarias y no tienen fronteras!!” (Eli Bello)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque a través de los cuentos se viven nuevas experiencias, se entra por la puerta grande al país de la fantasía y aprendemos a conocer nuevas culturas, nuevas sensaciones… y, porque al fin y
al cabo, todos seguimos siendo niños” (José Antonio Teodoro Leva)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Por reivindicar el uso de bellas palabras” (Martha Escudero)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Por curiosidad” “Y para vivir otra realidad, o la misma pero vista desde otro lado”
(Martuca Chiara)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
“Porque hay que vivir los tiempos que corren. Creo que no hay vales para otros. jaja”
(Pili Fernández García)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque os tempos corren, pero os contos permanecen” (Ana Carreira Varela)

Tres respuestas por pregunta. A saber….
¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
1-Porque los tiempos corren siempre
2 – Porque, si la CRISIS es una oportunidad, lo es para contar cuentos.
3 – Porque los cuentos cuentan la vida y su reverso, la no vida.
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
1 – Porque la masa se logra con masaje y el alimento así logrado ofrece sosiego.
2 – Porque son días de llamarle, por fin, pan al pan y brindar por ello con buen vino.
3 – Porque la alegría es de la vida salsa que necesita de buen pan para celebrarla.”
(Fernando Valverde Sánchez)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque no contarlos aumenta la prima de riesgo!!! Jajajaja” (Matilde Magdalena)

¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
“Porque es mucho más sabroso hacer la masa, darle su tiempo, volverla a amasar y luego esperar el aroma que te impregna todo del pan que se hornea. No es lo mismo de panadería. Se lo aseguro. Es como la empanada casera o la simple torta frita: huele a casa.”
(Armando Quintero Laplume)

¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
“Porque es un ejercicio de amor, a la masa le tienes que dar lo que pide, no lo que tú crees que necesita.” (Martha Escudero)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Para ventilar la casa cerrada… Para sentirnos cómplices con los demás que escuchan y luchan. Por amor…” (Carlos Sáez)

¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque es el alimento más simple al que primero echamos mano cuando la panza (o la tripa, como dicen ustedes) hace ruido; ¿por qué contar cuentos? porque es el alimento más simple, uando el alma hace ruido” (Liria Arroyuelo)

¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
“Hay que amasar pan en los tiempos que corren porque… precisamente ahora, hay que “meter la mano” a la masa hasta pringarse bien para que el “panpresente” salga rico, rico, rico.”
(Carlos Sáez)

¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
“Hay que amasar pan porque en los tiempos que corren los niños ya no vienen con un pan abajo del brazo…” (Patricia McGill)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque con las palabras a las que podemos acceder todos, pues son muy baratas, sin movernos de nuestra silla damos la vuelta al mundo, construimos castillos, combatimos piratas, presenciamos fantasmas, lloramos un poco, y todo gracias a la magia de las palabras, por eso
siempre habrá un cuento y un cuentero” (Anyela Mary Valencia Estupiñan)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque todos estamos hechos de historias y necesitamos ecos que nos envíen a nosotros mismos, a nuestras recuerdos y que nos unan con el resto de historias en un aplauso común…” (Mariana Otero)

¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
“Para no comernos el de Punset” (Alberto Sebastián)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
“Porque contar y amasar todos es empezar. Unos alimentan el alma y los otros el cuerpo. Porque los dos son esenciales al ser humano y lo han acompañado desde tiempos inmemoriales. Y porque estos son tiempos de comienzos, así que a contar y a comer pan.” (Patricia Picazo de Fez)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque justo en estos tiempos que parece que nos caemos todos es cuando más hay que levantarse y seguir. Por ejemplo, contando.” (Marcos Estebo)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Escuchar cuentos y contarlos es una solución a problemas y dificultades que tenemos las personas en cualquier momento de nuestras vidas” (Sara Ivars Asturiano)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“porque por un ratito podemos vivir en otro mundo…” (Shara Martínez)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Es lo mismo que preguntar ¿Por qué respirar en los tiempos que corren? Uno no puede dejar de hacer lo que es necesario para la vida, cuando uno cuenta y se comparte y va armando historias con él o los que escuchan y tejiendo historias y vivencias” (Luis Ramírez)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
“Para que los tiempos dejen de correr y se hagan más a nuestro ritmo”
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
“Para lo mismo que contar y amasar” (María Eugenia Bergara)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
“Para ver las cosas desde ángulos distintos, en los tres casos” (Isabel Benito)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“En los tiempos que corren podes comprar pan hecho del gusto que quieras y podes comprar cuentos del lugar del mundo que quieras, pero cuando uno cuenta un cuento o amasa el pan le pone su sello personal. En ese cuento y en ese pan van parte de uno, de su historia, de su forma de ser y de sentir y eso no se puede comprar, porque viene con uno y sólo uno puede darlo. Por eso aunque se usen las mismas palabras o se utilicen los mismos ingredientes no hay como un cuento contado por mamá… y no hay quien iguale el sabor del pan de la abuela…”
(Laura Mantero)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque cuando cuento o escucho contar:
Tengo esa sensación de ansiedad de caballero del Rey Arturo congregado a la mesa redonda, ¿no?, esa sensación de que, por un ratito, nos sacamos la “otredad” para defender la capa y la espada de la gran causa (no sé cuál será. ¿será humanidad?). No importan nada los que no me
quisieron, los que me quisieron mal, los que me quisieron distinto de cómo yo quería que me quisieran: when I’m in story, ¡YO LOS QUIERO! Entonces, no hace falta nada más: La bruja que en los adentros mezquinos siempre está siseando: Y vos, mortal buena para nada, ¿vos, vos cómo vas a validar tu paso por el mundo, eh? No tiene absolutamente NINGÚN poder. Si la historia es buena, ¡se acaban los enemigos! ¿Por qué viste ese dicho que un enemigo es alguien cuya historia
aún no hemos escuchado? Recupero la de (aunque no la haya perdido) Siento una gratitud a ultranza. ¡Brillo, José! (en los adentros) Bueno, y si sigo, más me vienen, pero
para no espantarte en seguida de habernos FB-amigos, me interrumpo acá.”
(Marta Bruno Singh)

¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
“Porque en tiempos de Twitter, de Facebook, de Yahoo, de Google, de cell phones, de Ipods y todas esas cosas, que parece que nos tocáramos y al mundo, pulsando teclas, me hace tan bien darme a las manos, al ritmo primario de amasar, al tiempo de levar, y al perfume del
pan recién horneado.” (Marta Bruno Singh)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque cuando cuento o escucho un cuento esa historia que es pasado se hace presente… compartido y nuevo.” (Adriana Ronchi Vaianella)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
“Porque cada cuento lleva parte de la historia de cada uno y a la vez una parte de la historia de todos.” (Kuky Amado)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
“Los cuentos son para aprender, para fantasear, para viajar, para gozar, para vivir… es un placer que nos pertenece a los seres humanos del cual no somos capaces de prescindir. Amasar pan es hacer el propio alimento, si los cuentos alimentan la mente, el pan alimenta el cuerpo y su olor llena nuestra nariz y su sabor acaricia el paladar. Y el baile ¿por qué bailar en estos tiempos? Porque a través del baile controlamos el cuerpo y lo dejamos libre al son de nuestro ritmo, de nuestra expresión. A través del baile dejamos vislumbrar una parte que está oculta, una parte que muchas veces no sabemos ni que tenemos. Y, como se suele decir: que nos queda más que la voz, que nos queda más que nuestro ser, nuestra pasión, nuestra esencia… (Ana Ponte)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Una pregunta difícil, pero ahí va… Un resumen con tres razones fundamentales: para ver salir el sol cada mañana, para disfrutar con la sonrisa de un bebé y para recibir miles de besos y abrazos cada día.
Ah, y por ver jugar al Barça… pero esta ya es una razón más subjetiva xDDDD”
(José Antonio Teodoro)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Si los tiempos corren, se agitan, se cansan. Si se agitan y se cansan se acelera la respiración. Por eso, es necesario detenerse a respirar profundo para poder, de a poquito, volver al ritmo normal.” “Además los tiempos no corren, Vuelan!" (Giselle Lalo)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“O temporai o morei” (Pili Fernández García)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Contar, amasar pan, bailar, respirar… para compartir. Cuando contamos intercambiamos emociones que empiezan en las palabras pero van más allá. Cuando amasamos pan hacemos algo más que cocinar, en nuestras manos concentramos toda nuestra energía y la regalamos una vez cocinado el pan. Cuando bailamos repartimos esa misma energía a nuestro alrededor y la contagiamos. Cuando respiramos… compartimos la vida. Sean cuales fueren los tiempos, parémonos un momento y miremos a nuestro alrededor… seguro que alguien respira con nosotros. Cuando le descubramos sabremos que ha valido la pena.”
“Ui, lo siento, es que he respondido las cuatro en una… llegué tarde…” (Susagna Navó)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Porque hace falta coger aire para que luego, al soltarlo, suene el clarinete.”
(Nono Granero Moya)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Porque no soy suicida”
“Porque sean tiempos de hormigas, de caracoles, de gorriones o de pulpo siempre respiraré, no soy suicida para no hacerlo. Estén parados, caminando, nadando o volando estos tiempos. Además respiro cada cuento.” (Armando Quintero Laplume)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Porque respirar en los tiempos que “no corren”, no tiene ningún mérito… los artistas damos el respiro en los tiempos que corren, asi que mañana saldré a trotar temprano a ver si alcanzo el
tiempos.” (Hanna Cuenca)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“En las preguntas está la respuesta” “es igual contar que hacer pan, una necesidad.”
(Sergio Martínez)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Primero porque si no respiro me muero y yo quiero vivir, corran o vuelen los tiempos yo tranquila respirando lenta, profundamente disfrutando, disfrutando es mucho y muy hermoso lo que me rodea.” (Liria Arroyuelo)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Sencillamente para invertir en la felicidad de los que amo (en estos tiempos se ha convertido en una prioridad que me hace supremamente feliz a mí también)” (Ángela María Zevallos Mendoza)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Porque es mejor estar viva para poder escuchar cuentos cada día en mi consultorio de psicología.” (Mariana Otero)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Para remover los aires” (Isabel Benito)

¿Por qué contar cuentos en los tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“a todas las preguntas: para sembrar.Para recoger…” (Noemí Caballer)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Porque si no, ¿cómo voy a oler las flores, el rocío de la mañana o las prendas que se secan al sol? ¿Cómo voy a oler la brisa marina, la hierba recién cortada o el olor de su pelo?” (Ana Ponte)
“o el caldo gallego que cocina mi suegra?” (Agrega Noemí Caballer)

¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
“Porque amo la vida corran los tiempos que corran, a respirar hondo y ponerle el cuerpo a lo que venga.” (Beatriz Monaco)

Después de todas estas respuestas puedo volver tranquilo a las mías.
¿Por qué contar cuentos en tiempos que corren?
¿Por qué amasar pan en los tiempos que corren?
¿Por qué bailar en los tiempos que corren?
¿Por qué respirar en los tiempos que corren?
Contar por contar.
Amasar pan por amasar pan.
Bailar por bailar.
Y respirar para poder hacer todas estas cosas y muchas más.

Muchas gracias a todos los que respondieron a estas preguntas.
Abrazos y besos

sábado, 14 de enero de 2012

EL ARTE DE CONTAR HISTORIAS DE VIVA VOZ EN TIEMPOS DE CRISIS.

Por un lado y por otro escuché decir que nuestro oficio de narradores orales, contadores de historias o cuentacuentos, está a piques de desaparecer. Que algo que empezó hace no muchos años está llegando a si fin. Que los cuentos contados de viva voz están en vías de extinción.
Yo creo que estamos en tiempos de crisis, en una época rara. Que los que nos dedicamos a esto de contar historias no sabemos de dónde vamos a sacar el dinero para los garbanzos. Pero justamente creo que, por lo raro de los tiempos que corren, nuestro arte está en alza.
Entiendo que las programaciones a las que estábamos acostumbrados están disminuyendo o desapareciendo, que los festivales no saben cómo sustentarse, que los bares están cerrando, que todo parece indicar que no quedará ni un hueco en donde contar.
Creo que lo que fue nuestro sustento está en la incertidumbre más absoluta y que los que no sabemos hacer muchas otras cosas probablemente terminemos de dependientes en el Corte Inglés o recurriendo a nuestras otras escasas habilidades para poder llevar un plato caliente a la mesa en estos tiempos de frío (extraño también el clima, por cierto)
Pero quizás sea el momento de pararnos a pensar porque contamos.
De detenernos y ver las caras de la gente escuchando en las pocas sesiones que tenemos.
Y de salir a la calle a buscar nuevos espacios, porque en los tiempos donde la extrañeza del cotidiano nos invade, una buena historia bien contada puede darnos un respiro.
Hay gente que quiere escuchar historias y hay gente que quiere contarlas. Entonces no se está extinguiendo nuestro arte, sino el sustento al que estábamos acostumbrados en los tiempos de vacas gordas.
Ahora las vacas estan flacas y se las lleva la brisa. Vuelan por el aire entre las amapolas y los girasoles (junto con las mariposas) , se cruzan y sonríen con las nubes…. Y esto alguien tiene que contarlo. Ahí estamos nosotros que con nuestra voz, nuestro gesto y nuestras emociones, dispuestos a viajar por otros mundos con quienes quieran acompañarnos, para luego volver renovados y con nuevas esperanzas.
Sé que esto suena romántico y contar por el placer de viajar no alimenta el cuerpo. Pero no olvidemos que nuestro oficio tiene mucho de alimentar el alma.

sábado, 7 de enero de 2012

Reflexiones del 7 de enero del 2012

Hay un momento en la vida, para algunos más temprano para otros más tarde, en el que una persona empieza a cuestionarse la verdadera identidad de los Reyes Magos.
Lamentablemente un día cualquiera, cercano o lejano al 6 de enero, uno se entera de la dichosa verdad. O por lo menos de esa que es voz pópuli “Los reyes magos son los padres”.
Algunas personas deciden mantenerse en la ignorancia y pasar un par de noche de reyes más haciéndose las despistadas, para poder seguir viviendo esa noche con la misma ilusión, o para no decepcionar a los reales reyes magos (valga la redundancia), que con tanta ilusión hacen de puntillas recorridos por toda la casa, buscan escondites nuevos cada vez. Esos que beben la bebida a la salud de Melchor, Gaspar y Baltasar y comen la hierba en honor a los camellos que los desplazan (ante la terrible sospecha de estar a punto de ser descubiertos).
Tarde o temprano asumimos que los Reyes Magos no son tres, no viven en oriente, no saben conducir camellos, que no son reyes y, lo peor de todo, que no son magos.
Desde ese momento pasamos de la euforia y el desasosiego que nos provoca la proximidad del 6 de enero, a la absoluta apatía, pasando por el escepticismo. En algunos casos para no perder la ilusión por completo algunas personas adultas se aprovechan de ciertas excusas que nos ofrece la vida como “como hay niños pequeños en la familia… ”.
durante los años siguientes los sustitutos de los Reyes Magos y sus pajes hacen lo que pueden para que no perdamos la ilusión. Pero en muchos casos este trabajo es en vano.
Descubrir la verdadera identidad de los Reyes Magos nos marca el comienzo de un camino hacia
la seriedad, los problemas necesarios para crecer, la toma de decisiones importantes, la madurez. En otras palabras nos marca, de una manera u otra, el comienzo de un camino que no lleva a la vida adulta.
Pero un día cercano al 6 de enero, ya con canas en la cabeza, nos descubrimos esperando el momento de despertar, de mirar que hay en las cercanías de nuestro zapatos, de disfrutar los reyes por nosotros mismos, sin excusas, sin miedo a que se rían de nosotros por creer una vez más en algo que según dicen los mayores (menores que nosotros) no existe.
Entonces vuelve la ilusión de pensar que los Reyes Magos son tres, viven en oriente, saben conducir camellos, que son reyes y, lo mejor de todo, que son magos y están dispuestos a sorprendernos una y otra vez en cualquier momento de nuestras vidas haciendo que nuestros deseos se conviertan en realidad.
En es momento descubrimos la verdadera identidad de los Reyes Magos.
José Campanari (52 años)